¿La pandemia y sus efectos nos está permitiendo comer mejor?

Escribe: Angie Higuchi, Profesora e Investigadora de la carrera de Administración de la Universidad del Pacífico

Puede resultar increíble el título de esta nota, pero es cierto: el peruano de a pie está comiendo mejor en términos de calidad que antes de la pandemia. En esta oportunidad hablaremos del alimento desde el punto de vista de su inocuidad, es decir que el alimento no haga daño a quien lo consuma). Para nadie es un secreto que el mercado internacional exige una serie de requerimientos, de calidad en materia fitosanitaria, muy altos para comprar productos agrícolas peruanos. La pandemia de la COVID-19 ha producido o acelerado diversas crisis a nivel internacional como la escasez de energía, de contenedores, de mano de obra, el cierre de puertos, problemas políticos, entre otros como el problema climático. Todo ello ha causado que el mercado nacional absorba parte de lo que no puede exportarse a mercados internacionales. 

Ante el riesgo de que el contenedor salga de puerto y quede a la deriva sin llegar a tiempo a los clientes, dañándose el producto en medio del mar, lo más prudente es que la producción permanezca en el mercado nacional y se destine al consumo local. Desde la perspectiva de las agroexportadoras y de los pequeños y medianos agricultores, lamentablemente son los más perjudicados en medio de esta crisis de comercio exterior. Bajo este marco, existen múltiples factores que darían cuenta de que los peruanos de a pie estamos alimentándonos con mayor calidad:

  1. El alza del flete marítimo e impuestos: el costo del transporte marítimo se ha incrementado cuatro o cinco veces más que el precio que se tenía antes de la pandemia. Esto desalienta a los exportadores, dado que hace incrementar sus costos. Ante esta situación, hay dos opciones: se decide realizar la venta al mercado nacional o, si el producto puede almacenarse, se guardará esperando un buen precio o la baja de los fletes.
  1. La planificación de productos agrícolas para exportación: recordemos que este proceso no se da de la noche a la mañana. Para proyectar cosechas en una determinada área agrícola hay que hacer una planificación del sembrío y de los insumos que se utilizarán (que deben cumplir con las exigencias del mercado internacional al que se dirige el producto), además de las labores que se requieren y los sueldos para la mano de obra empleada, entre otros. Sin embargo, si existieran factores externos incontrolables (como por ejemplo los efectos de la pandemia), el envío proyectado hacia el mercado internacional quedaría paralizado; así, aunque el mercado nacional pague menos por la producción, es mejor vender internamente que perderlo todo.
  1. El aumento del precio de los insumos agrícolas: en el caso de aquellos que importamos, como los fertilizantes y materias primas agrícolas, el encarecimiento de su precio en dólares sujeto al aumento del tipo de cambio produce un fuerte impacto en el precio de dichos bienes, ya que los productores invierten más al adquirirlos en moneda nacional. 
  1. Productos sensibles y falta de almacenamiento: existen productos agrícolas altamente sensibles a las temperaturas altas, lo que hace preferible venderlos al mercado local y no esperar a que la situación del COVID-19 se revierta y el producto termine echándose a perder, lo que se traduciría en pérdidas económicas. Si el producto resiste el almacenamiento (como ocurre con el café) podría almacenarse y esperar por un precio mejor en el mercado internacional o que puedan superarse los problemas logísticos debidos a la pandemia. Sin embargo, en el Perú tenemos poca capacidad de almacenamiento y es costoso. Esto también contribuye a que se termine vendiendo el producto en el mercado nacional.
  1. Cierre del campo por parte del agricultor: al retrasarse el pago de las empresas agroexportadoras debido a que no envían contenedores al exterior (la agroexportadora recupera su inversión después de que el cliente internacional paga por los contenedores cuando salen del puerto, y esto claramente no está sucediendo), el agricultor prefiere vender su producción a los intermediarios nacionales para que, a su vez, la vendan en el mercado local u opta por “voltear el campo”, que significa decidir no cosechar y sembrar otro producto, o incluso dedicarse a otro negocio más rentable.

Señalando los diferentes puntos antes mencionados, se podría afirmar que podríamos estar consumiendo productos de calidad de exportación en medio de la pandemia. Nuestro mercado nacional es pequeño respecto de la demanda de los mercados internacionales, por lo cual es muy fácil que esta producción se absorba a nivel local. Sin embargo, ¿qué sucede con el excedente que el mercado doméstico no acoge?, el resto lamentablemente termine desechándose. Desde el punto de vista medioambiental, se generan muchos desperdicios de productos agrícolas, porque resulta mucho más rentable botar el producto que sacarlo al mercado por un precio que no llega a cubrir los costos del agricultor. Según Bedoya-Perales y Dal’ Magro (2021) el promedio de desperdicios y pérdida de alimentos entre el 2007 y 2017 ha sido de 12.8 millones de toneladas por año.

El 25% del 53% de la pérdida de alimentos sucede en la etapa de producción agrícola y almacenamiento, y 28% en la etapa de procesamiento y empaque respectivamente. Además, mencionan que 44.04% de la merma sería de frutas y vegetales (5.6 millones de toneladas al año). Con estos problemas logísticos internacionales, la merma debe ser superior que años pre-pandemia. Las empresas deben implementar una mejor gestión de residuos que incluso les permita ahorrar costos y contaminar menos. Es necesario establecer esquemas de trazabilidad, monitoreo y vigilancia de la producción desde el productor hasta las diversas etapas de la cadena de producción del alimento.


Más que pensar que esta es una buena noticia para los consumidores peruanos ‘de a pie’ en medio de tantas malas, debería ser un incentivo para la reflexión en torno al papel de cada uno de los actores en la agricultura. El gobierno denota una carencia de un plan estructurado para hacer contención a la fuerte caída del comercio internacional a raíz de la pandemia. De hecho, algo grave que no se divisó dentro de la segunda reforma agraria propuesta por el Estado es una convocatoria a los agroexportadores. Asimismo, no existe un plan de aprovechamiento de los recursos agrícolas. Por ejemplo, no existe una articulación del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS) y sus diferentes programas sociales con el Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (MIDAGRI). Tampoco existe una articulación del MIDIS y sus programas sociales con el sector privado para una mejora del aprovechamiento de los alimentos que no sean aprovechados.

Finalmente, no existe incentivo para un uso de plaguicidas en los agroexportadores y a los agricultores peruanos en sus campos con fines de consumo local con el nivel de permisividad de los mercados internacionales. Es necesario disponer de un marco regulatorio en conjunto entre SENASA, DIGESA e INDECOPI que actúe con equidad para todos (oferta y demanda). Además, se debe hacer uso de laboratorios para determinar la calidad de los productos y realizar diagnósticos a nivel agrícola y pecuario, no solo orientado a la exportación sino también para el destinatario local.